Cuando todo es “liderazgo”, nada lo es
Recuerdo mis épocas en aquella escuela de negocios donde
estuve dos años internado. Había un
condiscípulo que vivía a su manera lo que él se consideraba, a sí mismo, como un
líder viviente. Él, en realidad, solamente
había sido miembro de una organización sin fines de lucro en su país, pero al
parecer, dejó en él una impronta que en sus actuaciones personales, le quedaba
muy grande.
“Aquí todos somos líderes”, decía haciendo un gran
aspaviento dirigiéndose a todos los de la mesa. “Hay que ejecutar funciones de
liderazgo diario”, repetía sin cesar. “¡El
líder no nace, se hace!”, gritaba como enajenado en aquel comedor colectivo en
donde a diario nos sentábamos -para los tres tiempos de comida-, un poco más de
doscientos alumnos.
No obstante, sus diatribas sobre el liderazgo -palabra que
calculo que él repetía más de quinientas veces diarias- algunos decían que aquel
individuo no era un ejemplo puntual de lo que él predicaba. Parecía más bien ser
devoto practicante de hacer en solitario ciertas humazones aromáticas mientras
leía libros sobre temática ufológica, escondido en aquellos vastos predios de
esa prestigiada institución educativa internacional.
Hoy lo recuerdo porque he querido poner en perspectiva una
tendencia actual que he notado y que me parece muy curiosa: un exceso de
liderazgo, o más bien, la sobredosis de poses de liderazgo, o tal vez un nombre
más justo sea para ese fenómeno: el figureo del liderazgo.
Este consiste en ir por allí, sobre todo en las empresas,
pretendiendo que toda acción tenga que venderse como una resonante acción de
liderazgo.
Mi opinión es que no toda persona tiene que ser un líder. No
todo rol requiere una pose de liderazgo, y que tampoco, que cada problema
organizacional se resuelve con “más liderazgo”.
En muchos entornos -hasta de manera risible- esta falsa
concepción de liderazgo -o pose de liderazgo- se ha convertido en un fin en sí
mismo, y no en un medio para ejercerlo puntualmente en los grandes retos
organizacionales.
Interpreto que hay una especie de hiperinflación del
discurso de liderazgo: todos deben liderar, mostrarse como líderes, “performar”
liderazgo. Este se presenta como una
precondición moral, casi existencial, en lugar de una función situacional ante
un reto que verdaderamente lo merezca.
El “zeitgeist” o el espíritu de la época contemporánea
-aupado por una especie de modo LindedIN- desvaloriza a la persona normal:
competente, responsable, consistente, que hace bien su trabajo sin hacer
alharaca y no pretendiendo liderar a otros; es decir, aquel individuo honesto
que hace su trabajo tranquilo y que está en buenos términos con su vida y su contenido,
sin aspirar a ingresar a esa multitud de quienes pretenden ser percibidos como
“líderes”.
El problema de esta situación -a como yo la entiendo- no es
la ausencia de liderazgo en sí, sino una compulsión maníaca acerca de su
sobrerrepresentación simbólica.
Muchas conductas que son exhibidas como supuesto liderazgo,
no son más que: a) control disfrazado; b) protagonismo y vanidad; c) necesidad
de validación o reconocimiento; d) microgestión trivial y sin resultados
notables, pero con una narrativa épica.
Este ditirambo continuo sobre liderazgo en el seno de
algunas empresas produce ruido, desplaza el criterio técnico, y debilita las
responsabilidades reales y verdaderas de cada puesto y persona.
Vivir en “modo
LinkedIn” como en el que viven algunos, provoca que todo se vuelva exagerado e
“inspiracional”, que las personas sean cada vez menos sensibles a los
resultados reales, y que nadie se haga cargo de los límites. Hoy se piensa que
en una reunión bastará con mencionar –o más bien manosear- la palabra liderazgo,
para hacer una buena participación, o cumplir con una aparente “conducta
corporativa”. Esta ingenuidad es solo desempeño performativo.
En el contexto de Seguridad, hay líderes que “inspiran” -o que
más bien creen inspirar- pero que no detienen los trabajos inseguros. También van
por allí aquellos que hablan de valores pero que toleran desviaciones,
ejerciendo un falso liderazgo sin contrapesos técnicos: se piensa que vivir en “modo
LinkedIn”, haciendo a diario una narrativa épica de hechos triviales, es un
indicativo de buena gestión y de modelamiento correcto de conductas. ¡Qué
ilusión!
¿Dónde usted ubicaría esto, amigo lector? ¿Es acaso una
enfermedad social o estoy yo mal en mi percepción?
Al menos para mí, este es un fenómeno cultural bastante
singular, ligado al zeitgeist corporativo, y hoy día, reforzado formidablemente
por redes sociales profesionales que privilegian la puesta en escena de
conductas que son más bien engañosas de resultados, y que valoran más el ruido,
el bombo y el aplauso trivial, que aquellas acciones verdaderamente destacadas
en situaciones límites singulares que enfrentan las empresas cada cierto tiempo.
Es decir, esa conducta no es liderazgo real, sino un
conjunto de poses escenificadas. Es un pseudo liderazgo que surge más bien como
necesidad de un impulso de figuración, de destacarse, sí, pero como un imperativo de vanidad personal que ahora es fácilmente satisfecha a través de las redes
sociales, las que configuran un universo que para algunos suplanta
increíblemente eso que antes se llamaba “la realidad”.
El advenimiento de estos recursos tecnológicos ha sido como
el cumplimiento de una promesa divina a los narcisistas de la tierra, en donde ahora
pretenden establecer que todos los actos de trabajo deben ser narrados como
actos épicos, que todo debe ser inspirador, que todo debe ser “liderazgo” y con
una narrativa de gran magnificencia moral. Y es allí, precisamente, donde la
realidad cotidiana queda desplazada.
¿A dónde está aquella persona de antes, quien hacía su
trabajo correctamente, sin pretender aplausos ni vanidades, y que se iba
tranquilamente a su casa? ¿A dónde te has ido, persona eficiente y sencilla que
no requería ese estimulante de la narrativa épica de lo que le pagaban por
hacer?
El problema no es el liderazgo en sí, porque siempre el
liderazgo valioso y verdadero es y será muy escaso. El problema es la
compulsión de una narrativa continua de liderazgo, como si la vida organizacional
fuese una vitrina permanente.
Es un encuadre de LinkedIN mental: nadie duda, nadie se
equivoca, nadie es simplemente competente, nadie cumple bien su rol sin
adornarlo, sin ponerle campanillas y listones: es pretender que el empaque sea más
valioso que el contenido.
Toda acción ahora debe -supuestamente- inspirar, movilizar, “dejar
huella” o “dejar un legado”; el ritual compulsivo de ser compatible con esa
dialéctica épica que termina siendo una sutil -pero a la vez vulgar- distorsión
del sentido verdadero del trabajo.
Es importante mencionar que esto que planteo no es una
crítica ni un ataque a LinkedIN, sino que muchas personas hoy día han hecho la
internalización de su lógica existencial: la de vivir permanentemente en un “modo
post” que más bien se parece a las complacencias y saludos de una radioemisora,
así como la vivencia permanente en una performatividad insignificante. Lo que expreso es solo una crítica a un
referente cultural, no a una tecnología ni a una empresa como LinkedIn y su
modelo de negocios.
Las organizaciones no necesitan más líderes que narren
grandeza ni que hablen de logros desmesurados e improbables. Necesitan más
personas eficientes que asuman límites, consecuencias y silencios incómodos.
Pero esas conductas sencillas no venden, casi nunca se publican, pero es allí
donde ocurre el trabajo real.
En todo caso, vaya mi saludo para esos que hacen su trabajo en
forma cabal, honesta, sin esperar aplausos, ni likes, ni reconocimientos,
pues ellos son, precisamente, los verdaderos héroes anónimos, de esta época y
del futuro.
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