Cambio Cultural Blog

La créme de la créme - Un caso de salud mental

Por: MSc. Carlos R. Flores, MEE
Director Ejecutivo 
Cambio Cultural S.A.
direccion@cambiocultural.net 
(505) 8561-2987

"Aquí solamente contratamos a la crème de la crème", le dijo aquel gerente con orgullo, como para que se sintiera privilegiado de que había sido contratado en esa gran empresa. El joven, del otro lado del escritorio, miraba asombrado, como si no pudiera creer su gran suerte; al menos desde la perspectiva de aquel gerente, que juraba que esta, donde ambos ahora laboraban, era la mejor compañía del mundo.

Con el tiempo, aquel joven trabajaría más que ninguno. No había asignación o misión a la que él le dijera que no; siempre era el primero en llegar a la oficina, y con certeza, el último en salir. Las largas horas de oficina de lunes a viernes eran complementadas por las jornadas del sábado, todo el día; sin excepción. Y esto a pesar de que nadie, en realidad, llegaba a trabajar ese día, salvo que hubiera una razón de peso, crítica, que hiciera imperativo recuperar o adelantar las tareas pendientes.

Empezó a llegar a trabajar también los domingos. "Para subir en la escalera corporativa, no debo escatimar esfuerzos", se decía a sí mismo con entusiasmo. El gerente aquel, su supervisor, era un convencido de que a las personas hay que darles "convencimiento", por lo que no escatimaba en auparlo, diciéndole que iba por el buen camino: "¡Vas con puros dieces, como en una carroza!", le expresaba cuando a veces se lo encontraba en la cafetería.

En realidad, aquel joven estaba poniendo alma, vida y corazón a su esfuerzo, descuidando también todo lo demás. Tomaba con disciplina aquellas vitaminas denominadas NoStressTabs, que según la leyenda comercial, era "para quienes quemaban la candela de ambos extremos". 




"Mi prioridad es la oficina", le dijo a su joven esposa cuando ella ya estaba en su última semana de gestación. "La verdad es que con quien estoy casado es con la empresa, ya que de allí es donde nos sustentamos y comemos", le dijo con desparpajo.

Aquella joven próxima a ser madre no daba crédito a lo que escuchaba de su esposo, puesto que él había cambiado mucho en los últimos meses. A veces parecía, en realidad, que estaba como enajenado, con una conducta obsesiva. Casi que tenía que pedirle permiso para hablarle.

"Es que en la compañía solamente nos contratan a la crème de la crème", le respondió a su esposa cuando aquella le vio con cara de asombro. "Tengo que llegar a gerente a como sea. No me voy a quedar como una macetera, la que nunca pasa del corredor", le dijo, parafraseando así una frase de su abuela. "Un día no solamente lo comprenderás, sino que hasta me lo agradecerás", le dijo, sin hacer contacto visual.

Y el joven no bromeaba con lo que decía, ya que el trabajo también se lo llevaba a casa, donde diariamente, después de la cena, se ponía a trabajar con su computadora, completando lo que él llamaba "las sobras de trabajo diario". La irascibilidad que había ahora adoptado era algo que él asumía como "conducta corporativa", o bien, como "atributo gerencial".

Cuando nació su hija, él estaba de viaje. Según él asumió, este sería de dos días, pero en realidad, debido a los efectos del huracán aquel que en octubre de ese año afectó a esa ciudad -que todos conocen o que quieren algún día conocer- el viaje duró ocho días, ya que estuvo anegada y los vuelos postergados. Por ello, no pudo estar presente en el parto, llegando a ver a su hija y su esposa más de una semana después.

Así estuvo aquel joven casi por tres años, "sudando la camiseta", "corriendo la milla extra", "dándole con más fe"; viviendo su vida de trabajo según los eslóganes que eran la moneda de curso común en la empresa, que actuaban más bien como forma de identificación con el pensamiento acerca de que todo lo relacionado con el trabajo era lo único; lo primero, lo indiscutible, lo toral; lo más sagrado entre todas las cosas de la vida. 

Por fin un día, a mediados de diciembre, fue llamado por su supervisor para atender una reunión "de carácter urgente".  Fue allí donde le comunicó que había sido recomendado para una posición regional, que en verdad era más bien de una área geográfica muy limitada, pero que, en realidad, a todas luces era un ascenso, con una mejora sustantiva en el salario y en alguno de los "perks" asignados al puesto.  

La primera asignación era hacer un viaje a las oficinas regionales, para conocer a sus nuevos contactos que redefinirían ahora las actividades que él venía realizando.  No quiso tomarse ni siquiera una pausa, por la cercanía de navidad, y más bien aumentó su ritmo de trabajo.  "De allí ya voy para gerente; estoy ya a un paso", se decía. "Debo actuar a cómo lo hacen los verdaderos gerentes", se dijo con convicción. "Lo primero es que debo con más ahínco sudar la camiseta, correr la milla extra y darle ahora con más mucha más fe....porque aquí somos la créme de la créme".




El viaje de esa mañana transcurrió sin novedades. Llegó del aeropuerto un poco ansioso por la reunión de mañana, y se metió en el cuarto de hotel. Se dedicó a resolver la lista de pendientes, los cuales, por la transición de puesto, ya ni siquiera le tocarían a él. Pero recordó su motto, su dogma que, según él -y de manera comprobadamente evidente- le habían servido para alcanzar un ascenso en esta posición que él ahora detentaba.  Pensaba en cómo luciría su nombre en la tarjeta de presentación, ahora en inglés; aunque con un título de la posición que nadie entendía qué era, o para qué servía, pero a él le encantaba porque le daba un aura casi que de un científico o acaso hasta de astronauta: "Synaptic Coordination Advisor", o "Asesor de Coordinación Sináptica"; ¡vaya Judas a saber qué significaba eso!  

Pidió una llamada al despertar a las cinco en punto, siempre para levantarse a trabajar a esa hora, "para meterle el diente a los pendientes, que siempre son como la mala hierba", decía él, en una frase de su autoría, y que asumía que debiera estar casi que hasta en la Biblia. Se durmió con ciertos sobresaltos, ya que él pensaba y repensaba la sesión de mañana en las oficinas regionales de aquella gran corporación. Discurría sobre qué es lo que iba a decir, cómo lo iba a decir, lo que iba a usar, cómo hablaría, para que a él pudiera cumplir a cabalidad aquel código de conducta "corporativo", muy gerencial.

Escuchó sonar la llamada al despertar...o al menos eso creyó, porque no quiso ver el reloj de su mesa de noche. Se levantó como impulsado como un resorte. Se vistió como él lo había visionado: impecable, con un código de vestimenta gerencial: corbata en los colores corporativos; la corbata en la medida justa y milimétrica, siempre la punta tocando el final de la hebilla del cinturón.  Luego tomó el maletín de la computadora, en donde no solamente iba ese equipo, sino también, las copias de las presentaciones, así como documentación diversa de soporte.  

Se quedó viendo al espejo; comprobó su talante gerencial, se dijo un par de "autoafirmaciones" con las que aquel isleño charlatán y locuaz le había dicho que debía comenzar todas las mañanas, y sobre todo, ante una ocasión tan crucial como ésta, y entonces, con todo el ánimo del mundo, ya listo, se dirigió a la ducha. Abrió primero la llave fría, luego gradualmente la del agua caliente, y una vez que estuvo "just fine", a cómo decían recurrentemente sus modelos gerenciales que tanto admiraba en la corporación; se metió debajo del chorro y de inmediato obtuvo una sensación refrescante, la cual disfrutó por espacio de unos cinco minutos.  Una vez que terminó de refrescarse, salió de su habitación y esperó por el ascensor. Luego, al bajar, vio con extrañeza que aun estaba muy oscuro para ser la hora, que según él calculaba, debieran ser entre las 6.20 a 6.30 a.m. 

Se dirigió a recepción, en donde una mujer joven estaba de servicio. Ella le vio con espanto: "Señor...¿qué le ocurre?", le dijo casi a gritos mientras ella hacía un aspaviento. "Está todo empapado....¿qué le pasó?".

"Nada. A mí no me ocurre nada", le respondió con extrañeza. "Quiero saber por qué no está abierto aun el restaurante. Tengo que desayunar porque hoy voy a hacer la presentación de mi vida. En la compañía en que trabajo somos la créme de la créme". 

La mujer llamó al personal de seguridad, quienes con modo y maña, convencieron a aquel joven que estaba totalmente mojado y luciendo un traje ejecutivo, cargando un maletín de computadora, quien ahora estaba allí, como que le habían extraído su personalidad, con notoria desorientación, tartamudeando, y ahora esperando a que llegara otro personal, que pudieran atenderle la perturbación psicológica en que este se encontraba. 




Preguntas de reflexión: 


  1. ¿Cuántos estamos en empresas que supuestamente sólo contratan "a la créme de la créme"?
  2. ¿Cuál es el balance de vida que actualmente llevamos? ¿Cuál es el peso relativo de la familia o de las cosas verdaderamente transcendentes? ¿Qué tanto las actividades laborales, ejecutadas sin reflexión, canibalizan el tiempo útil para con los conceptos más importantes?
  3. ¿A cuántos los tienen de rehenes psicológicos con el cuento de "sudar la camiseta, correr la milla extra, darle con más fe", entre otros eslóganes similares?
  4. ¿Cuánto cuesta verdaderamente "el éxito" para algunos que piensan que ya lo han alcanzado? ¿o prefiere usted evadir esta conversación? ¿a cuánto estamos dispuestos por ese presunto "éxito"?
  5. ¿De verdad piensa usted que no hay un trade-off o intercambio entre las decisiones que hemos venido retardando?
  6. ¿Qué tanto hace su empresa para promover la sostenibilidad psicológica del personal? ¿Qué tan frecuente dentro de ella se hace énfasis en mantener esfuerzos de trabajo psicológicamente sanos?
  7. ¿Qué tan invulnerable se supone usted ante situaciones en donde su salud mental pueda estar en juego?  
  8. ¿Qué tan sostenible son los ritmos de trabajo que desempeñamos actualmente?
  9. ¿Qué tan amante es su empresa del eslógan "Dispuesto a trabajar bajo presión"?
  10. ¿Cuántas cosas hemos dejado atrás y para siempre -electivamente, por nuestra propia voluntad- por haber puesto de primero el trabajo sin reflexión alguna?

    

Comentarios

  1. Carlos, el stress laboral debería ser considerado un riesgo laboral, conozco casos de gerentes exitosos que para poder conciliar el sueño recurren a una buena dosis etílica, a otros, entre los cuales me encuentro, les prescriben algún tipo de medicación para regular el sueño. Me encantaría poder suscribirme a tu Blog y recibir tus notificaciones a: noerafaelpalaciosespinal@gmail.com

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